Hay una insistente campaña en los últimos tiempos bajo el slogan “NO AL TRABAJO INFANTIL”, que apunta a erradicar el abuso que se hace de niños en tareas que no son apropiadas a ellos. Con lo cual debería decirse “NO A LA EXPLOTACIÓN DE LOS NIÑOS”.
El concepto de trabajo como fase creadora del hombre queda, al decirse de la manera en que se dice, desnaturalizada.
No hay nada de malo con que los niños trabajen desde la edad más temprana, no como medio de subsistencia o de generación de dinero, sino como aprendizaje, en tareas acordes a su desarrollo físico y mental. Aprender al lado de su padre o abuelo tareas sencillas como plantar en una huerta, regar, pintar, armar, desarmar, ordenar, amasar, etc., antes que impedirlos, hay que fomentarlos.
En todo caso, nos encontramos ante otro problema: Cuanto sabemos de esto los mayores que deberíamos iniciarlos en el trabajo? Ese es el problema, faltan maestros que enseñen a los niños las bondades del trabajo.
Nada mejor, para que sea más comprensible, traer a colación un excelente artículo de Alejandro Marius, fundador y presidente de la Asociación Civil Trabajo y Persona, publicado en su blog http://alejandromarius.blogspot.com.ar
El valor del maestro artesano
¿Cuánto cuesta conseguir un buen electricista, plomero, albañil, costurera, cocinero, mecánico o carpintero? Si además, pedimos que sea amable, responsable y cobre un precio justo, seguramente estará ocupado y nos dará cita para dentro de un año. A los jóvenes se les ha vendido la idea que solo vale quien va a la universidad o por otro lado los antivalores del dinero fácil.
Existen muchos mitos e interpretaciones sobre el deseo de trabajar de las personas, sobre el impulso original de querer construir algo “nuevo” y mejor para sí mismo, para su familia y en definitiva, para la sociedad…Hoy pareciera que es cuesta arriba educar para el trabajo, para que la persona se tome en serio lo que le toca hacer y lo haga bien. Otro tipo de salidas parecieran ser más fáciles aún sin medir el riesgo. El origen de esta situación tiene múltiples motivos y hay material como para hacer una tesis al respecto.
Sin embargo, quisiera que nos detuviéramos en la experiencia que hemos tenido en algún momento de nuestra vida en que hicimos las cosas bien. Esa satisfacción, ese orgullo que no tiene precio, porque corresponde al deseo de realización que cada ser humano lleva en lo profundo de su corazón, que da cuenta del valor que tiene el trabajo en la vida de cada uno. Pero este recorrido no es automático, al igual que sucede con los aspectos más básicos de la persona es necesario educarse. Para trabajar bien es necesario educarse y como en todo proceso hacen falta maestros.
A diferencia de la educación formal donde cada vez tienen más peso los contenidos y el conocimiento por sí mismo, para aprender a trabajar y fascinarse por lo que se hace, la figura del maestro es fundamental. Una persona se mueve para aprender un oficio cuando entiende que eso es un bien para sí mismo y que le ofrece un beneficio desde todo punto de vista (le gusta, puede mantenerse con él, puede transformar un pedacito de la realidad, realizarse y ser útil a otras personas). Pero sobre todo, si ve que eso es posible en alguien que lo testimonia y ese alguien está dispuesto a transmitirlo.
La tradición europea del trabajo -a la cual pertenecemos-, basa su economía en las PyMEs, que han surgido del concepto del maestro artesano: ese personaje que era solicitado por todos para ser sus “aprendices” y así conocer el arte de un oficio. Desde las artes hasta la medicina, pasando por todo tipo de oficios, ha sido un método que permitió educar generaciones, transmitir conocimiento, innovar y así mejorar el modo de hacer las cosas y responder a las necesidades de las personas.
Meter las “manos en la masa” es uno de los aspectos que más fascina sobre todo a los jóvenes que comienzan su formación. Para ellos, ver que el trabajo de sus manos (las manos inteligentes del artesano) transforma la materia y la realidad, crea algo tangible y útil para los demás, es motivo de orgullo. Renace así una cultura del trabajo que es amiga del hombre, como modalidad privilegiada de la realización propia. Más que leyes, lo que hace renacer la percepción de la utilidad del trabajo es hacer experiencia de ello. Y para esto hacen falta maestros que enseñen un trabajo, maestros que enseñen a trabajar en todos los ambientes posibles.
Ver también
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