Actividades centrales: 16 y 17 de Agosto
Desde el día 8 y hasta el 17 de Agosto, se celebran en Quilino y Villa Quilino, Córdoba, las Fiestas Patronales en honor a San Roque, el Santo de los pobres, los enfermos y también llamado de los perros. De allí el dicho ante el temor de que un perro nos muerda: “…San Roque, que este perro no me toque”.
Las fiestas son organizadas por la Municipalidad de Quilino y Villa Quilino y abarca diversas actividades religiosas y culturales.
Los días Sábado 16 y Domingo 17 habrá Exposición de artesanos, patio de comidas típicas, diversos shows en vivo y la tradicional y siempre multitudinaria procesión, tan habitual en estas fiestas religiosas y populares del centro y norte argentino.
Actividades
Martes 12: 16:00 horas, Procesión del Divino Niño.
Jueves 14: Bajada de San Roque.
Viernes 15: 19:00 horas, Procesión con la imagen de Nuestra Señora del Rosario. – 22:00 horas: Lotería familiar.
Sábado 16: Exposición de artesanías, patio de comidas típicas, shows en vivo.
Domingo 17: 09:00 horas, Charla Pre Bautismal – 10:00 horas, Bautismos – 11:00 horas, Santa Misa – 15:30 horas, Misa del Peregrino – 16:30 horas, Procesión. Exposición de artesanías, patio de comidas típicas, shows en vivo.
La Municipalidad de Quilino y Villa Quilino dispondrá de colectivos especiales para el traslado.
Sobre la Fecha
El día 16 de agosto se celebra el día de San Roque. Este santo se ha hecho famoso en el mundo por los grandes favores que consigue a favor de pobres y enfermos. En algunos países de América Latina lo llaman el patrono de los perros y se utiliza su imagen para el bautizo de las mascotas.
Su popularidad ha sido verdaderamente extraordinaria cuando a pueblos o regiones han llegado pestes o epidemias, porque consigue librar de la enfermedad y del contagio a muchísimos de los que se encomiendan a él. Quizás él pueda librarnos de epidemias peligrosas.
En algunos países de América Latina lo llaman el patrono de los perros y se utiliza su imagen para el bautizo de las mascotas.
Sobre San Roque
Nació en Montpellier por el 1290, su padre Juan, era el gobernador de la ciudad y su madre Libera, era una dama de la más alta alcurnia y adornada de las más envidiables cualidades. Pero una pena les afligía: No tenían hijos. Mientras oraba un día Libera se le manifestó el Señor y le dijo: “Confía, hija, tendrás un hijo que será la alegría de toda la familia y llevará mi nombre y mi amor a todas partes… Todos acudirán a él”…
Cuando tenía doce años tuvo la pena de perder a su padre y cuando tenía veinte a su buena madre. Quedó huérfano de todos menos de Dios. Para que su corazón quedase todavía más desligado de todas aquellas ataduras del mundo, recordando el pasaje del Evangelio -él también era rico y bien apuesto como aquel joven- entregó todas sus riquezas a los pobres y se puso en camino para seguir a Jesucristo. Estaba entonces de moda el visitar los Sagrados Lugares: Palestina, Roma… Y a esta última se propuso nuestro joven dirigirse para, allí, entregarse a la oración, al sacrificio y a la caridad. El quería visitar los sagrados sepulcros de los Apóstoles San Pedro y San Pablo y postrarse ante ellos para pedirles luz en el camino de la vida que debía recorrer. Pero antes de llegar a Roma le esperaba una sorpresa.
Al pasar por lo ciudad de Aquapendente encontró algo inesperado: La peste diezmaba la ciudad. Eran muchos los miles de hermanos apestados que morían cada día por aquellos contornos. Apenas se podía transitar por las calles, por los apestados que las llenaban. Para paliar un poco tanto mal se había instalado un hospital en la ciudad y a él se dirigió Roque suplicando al director del mismo que le aceptase para curar a los apestados. “- No, no, en tu porte se ve que eres un joven rico y delicado. No podrás resistir tanta miseria como hay aquí. Si te admitimos pronto caerás presa del mismo mal”. “- Por caridad, admítame. Soy fuerte y podré resistir a la enfermedad y cargaré con los enfermos y los cuidaré con amor de hermano”.
Pronto los enfermos encontraron “un ángel que ha bajado del cielo” como decían unos a otros. Nunca habían visto a un joven tan entregado y caritativo. Iba en busca de los más apestados, de los que todos huían. Les cuidaba, los mimaba, les daba de comer, limpiaba sus llagas.
Terminada su misión en Aquapendente se dirigió hacia Roma y durante el trayecto encontró otras ciudades también apestadas y en todas ellas repitió las escenas de Aquapendente… A todos ayudaba y alentaba.
Por fin llegó a Roma donde pasó tres años entregado a la caridad y a la oración y pronto empezó el pueblo a conocerle a pesar de que eran tantos los peregrinos que había en Roma. El Papa estaba en el destierro de Aviñón, en Francia, y pronto los cardenales y otras personalidades acudían a él para pedirle consejo. Por fin le vino la prueba más grande: Estando curando a los apestados de Plasencia le vino a él también la peste y se vio obligado a retirarse a una cueva abandonada y lejana de la ciudad.
Y sucedió que un perro de una casa importante de la ciudad empezó a tomar cada día un pan de la mesa de su amo e irse al bosque a llevárselo a Roque. Después de varios días de repetirse el hecho, al dueño le entró curiosidad, y siguió los pasos del perro, hasta que encontró al pobre con llagas, en el bosque. Entonces se llevó a Roque a su casa y lo curó de sus llagas y enfermedades.
Apenas se sintió curado dispuso el Santo volver a su ciudad de Montpellier. Pero al llegar a la ciudad, que estaba en guerra, desfigurado por la enfermedad, los trabajos y la penitencia, nadie le reconoce, los militares lo confundieron con un espía y lo encarcelaron. Así estuvo 5 años en la prisión.
Y un 16 de agosto, del año 1327, murió como un Santo en la prisión. San Roque sigue haciendo lo que hizo cuando estaba vivo: curar, sanar, purificar los aires mefíticos, expulsar las epidemias y disputar sus presas al dolor y a la muerte.
San Roque había pertenecido a la Tercera Orden de los franciscanos, una rama de esta congregación reservada a las personas laicas que quieren vivir bajo la espiritualidad de San Francisco de Asís. Así lo reconoció el Papa Pío IV en 1547.