Franco del Pigmalión el escritor residente en Mar del Plata, autor de “De Dioses y Amores”, nos entrega otra de sus historias cortas.
Ejercicio de gratitud entre un evolucionado y su aprendiz (De Franco a Franco)
Estoy cansado y un poco molesto por el dolor constante de mis rodillas pero siempre que veo los paisajes de la ciudad desde arriba me siento feliz. Respiro profundo como si el aire de este lugar fuera más limpio y pacífico. De hecho lo es para mí. Aquí me sentaba a escribir mis primeros cuentos, mis primeros pensamientos, mis primeros errores literarios y los aciertos iniciales, aquellos que hacían que algún buen amigo me dijese «che, está bueno esto», un simple comentario que me daba coraje y pudor a la vez.
Siempre vale la pena el esfuerzo de un cuerpo cansado para un alma tan nueva.
He tenido una vida feliz, he tenido premios y alegrías de mis propias escrituras, emanaciones casi viscerales que exponían aquello que pensaba sobre la vida misma. A usted lector, gracias.
Trato de recordar la avenida como era, chalets suntuosos adornados por el sol magno, árboles apacibles rectos ante el desnivel característico e inconfundible de la loma de Avenida Colón, hoy los grandes edificios los arremolinan, los pelan de hojas y les roban sus sombreros, ya no sé si las calles que caminaba son las mismas o si son bifurcaciones hijas de una modernidad que divide y que separa, que individualiza y que, a su vez, alcanza a todos de manera global. Somos individuos muy distintos vistos como iguales desde arriba.
Hoy nadie sabe que yo fui aquel escritor que en mi juventud supe arrancar del olvido fragmentos de literatura que una vez usted leyó y alguna noche luego recordó. Nadie me saluda de manera referencial, soy uno más en la gran ciudad. La pequeña cuando yo era pequeño, hoy la vieja. La alta, la que tapa el sol… la peligrosa, la eterna, la hermosa, la viva. Incluso usted ha pasado por al lado mío sin saludarme. Siento el vértigo de mi juventud, en mis recuerdos, posados sobre un hombro cansado, lleno de experiencia, de serenidad impoluta, de rebeldía.
Siento lector, que luego de esta carrera exitosa, llena de alegrías debía hablarle a usted que está mirando en mi pasado, aquel que no sabe que será de su vida a la edad del que aparece en esta imagen. A usted, querido lector, que soy yo hace 50 años… le hablo y le digo gracias, porque aquel valor pretérito es mi alegría presente, aunque no se lo logre imaginar… o sí, porque gracias a su propio pensamiento hoy puedo llegar a usted y cerrar el círculo con un gran GRACIAS.
Franco del Pigmalión. Septiembre 2014.