Los argentinos estamos viviendo en este tiempo hechos de violencia, robos, asesinatos, ante los cuales se hace justicia por mano propia golpeando a los agresores, “linchándolos”, a veces hasta matarlos.
Desde el gobierno y la ciudadanía se dan explicaciones, algunos encuentran los motivos del robo únicamente en la exclusión social, reduciendo así a la persona a meros factores socioeconómicos. Otros avalan la justica a mano propia en la poca intervención o incluso ausencia del Estado en el restablecimiento de la justicia que le compete, o en su negligencia para encauzar las situaciones a través de órganos judiciales. Así el hombre se convierte él mismo en medida de la realidad, quedando supuestamente fuera de todo error, como un hombre puro y al margen del problema.
Estas actitudes aparentemente opuestas, y de las que somos partícipes a diario, sólo conducen a una acusación mutua que deriva inmediatamente en la disgregación social que estamos viviendo.
Nos nace entonces, y nos apremia, preguntarnos qué ha dado origen a esta situación en nuestra Argentina y qué podemos aportar desde nuestro lugar, desde nuestra cotidianeidad y como personas que encuentran en sí el deseo de bien y de vivir en una cultura del encuentro aún en las diferencias. En este intento no queremos dejar de lado ni la situación social de exclusión ni el deseo genuino de orden y justicia.
En primer lugar, descubrimos que son preguntas que deben mantenerse abiertas y presentes, ante las cuales entendemos como un aporte sin presunción alguna afirmar lo que ya forma parte de nuestra experiencia: sólo reconociendo de qué está hecha nuestra propia humanidad -que puede recomenzar cada día- podemos reconocer la humanidad del otro, que no se reduce al delito cometido o al mal hecho a otro.
¿Pero qué hace posible poder mirarnos así, con toda nuestra altura humana, y mirar a los otros de este modo? ¿Qué permite no levantar muros sino construir puentes, en palabras del Papa Francisco?
Una relación, un lugar de amistad donde yo sea mirado y amado por lo que soy, de modo que no tenga miedo de salir, de ir al encuentro, de “volver a tomar mate con nuestro vecino”, como pidió el Papa ante los incidentes de Córdoba, hace pocos meses.
Por ello ofrecemos a todos este lugar donde somos mirados así en una continua educación a salir de nosotros mismos y donarnos a otros con gratuidad –o con una palabra más misteriosa aún, con caridad-.
Fuera de esto, todo se reduce a una mirada que divide en buenos y malos, en nosotros y ellos que, ciertamente y por propia experiencia, no nos encuentra siempre en el mismo lugar.
Todos somos necesitados. Todos -parafraseando a Victor Heredia- necesitamos ver unos ojos de cielo que nos recuerden la verdad de la realidad y el valor de mi persona y la de los otros. Nuestra propia experiencia da testimonio de ello.
Movimiento Comunión y Liberación