El psicólogo cognitivo y escritor Martín Berasain es licenciado en psicología, recibido en la Universidad de Buenos Aires. Se ha formado primeramente en psicoanálisis. Incorporó luego el enfoque cognitivo conductual. Actualmente se especializa como psicoterapeuta en el enfoque cognitivo, desde una mirada integrativa. Ha realizado numerosas jornadas y congresos, que enriquecen su práctica dentro del campo de la salud mental.
Partiendo de sus experiencias profesionales durante los últimos doce años, realiza con este su tercer libro. Ha sido autor de los libros “La ternura, una emoción para recuperar” (Bonum, 2012) y “La ternura del padre en los vínculos actuales” (Lugar, 2013).
“Las Emociones Positivas”, según su autor
Escribir sobre el papel de las emociones positivas en la vida de las personas y en la psicoterapia, me invita a presentar el lugar y el enfoque desde los que pienso; así como a referir mínimamente las experiencias que me llevaron a tratar estas emociones en un texto como este. Sobre las emociones positivas hay menos textos referidos dentro de la psicología que sobre las emociones negativas.
Desde que me gradué en la Universidad de Buenos Aires y ejercí la psicoterapia hasta la fecha, entrevisté más de seiscientos pacientes. El número no describe la experiencia que parte de los diálogos sostenidos ni tampoco, el efecto que ejerció cada una de las entrevistas en las personas que consultaron.
Me formé primero en psicoanálisis e incorporé luego la psicoterapia cognitiva. En los últimos años, adherí principalmente a la segunda modalidad terapéutica. Creo que mi primera formación – en psicoanálisis- quedó incluida como sello de mi carrera; aunque, actualmente, no adhiero teóricamente a sus planteos. Me interesan más los modelos integrativos, focalizados y centrados en el presente. Modelos que, al ser integrativos, pueden incluir los distintos enfoques y aportes al tratamiento del paciente concreto.
Cada marco teórico tiene una parte de verdad y, por ende, merece ser tomado en sus aspectos más vitales y útiles. Con los años, me enriquecí con la lectura de ciertos autores y disciplinas, más allá del psicoanálisis y de la terapia cognitiva conductual. El criterio de pluralidad y eclecticismo permite aprovechar distintos aportes. Estas alternativas me permitieron pesquisar y preguntarme sobre las realidades del sufrimiento y la felicidad, más allá de los pacientes.
En primer lugar me propongo cuestionar ciertas suposiciones sobre el sufrimiento. En nuestra cultura occidental -tramada junto con cientos de suposiciones sobre el ser humano y sobre la vida- se da primacía al sufrimiento. Tal es así que se habla del sufrimiento, la angustia, el miedo, la ira, la tristeza a toda hora y en todo lugar. Que el sufrimiento existe es un hecho innegable; que las personas sufren (sufrimos) por distintas razones también. Tanto que, se habla sobre él en distintas disciplinas; dándole una importancia insustituible. Pero lo hacemos de manera reduccionista y, a veces, unilateral. Seguro porque nos supera en nuestra condición de seres falibles y buscadores de felicidad.
No hay un diálogo ni una entrevista psicoterapéutica que no parta del sufrimiento, el padecimiento que ocasionan las emociones negativas; ni hay un programa televisivo que no centre sus noticias en las emociones, situaciones y vivencias trágicas y dramáticas que han acontecido en distintas partes de la ciudad y del mundo.
Si se cayera en la reducción de hablar sobre el malestar, el sufrimiento y la angustia, como centros y motores últimos del ser humano, distintivos y singulares de nuestra realidad social y de nuestra condición psicológica, quedaría en segundo plano –plano que a veces parece inexistente- hablar y profundizar sobre “lo positivo”. Me refiero a “hablar de las emociones positivas”, con pareja importancia y jerarquía, que el modo utilizado para referirnos a las emociones negativas (u otros temas de vital importancia psicológica).
En el ámbito de la salud mental, se deja entrever que “lo positivo” se produce cuando se ha superado lo negativo, el padecimiento que producen el malestar y las emociones negativas (tristeza, ira, desprecio, miedo, vergüenza, culpa, etc.). Como si las emociones positivas y los estados de bienestar que hacen a la felicidad y a la salud se produjeran, únicamente, quitando los síntomas psico-emocionales. Esta reflexión está impregnada por el sentido que aporta la psicología positiva, creada por Martin Seligman, a la que luego me referiré en estas páginas.
El crimen, la ruindad y la guerra son temas que atraen nuestra atención tanto como la de los medios informativos; más que los eventos superadores y las situaciones loables y altruistas que nos enaltecen y nos llevan a cultivar y a florecer nuestros mejores aspectos. En distintos ámbitos de la vida pública como en los de la vida privada, la temática del sufrimiento aparece en la cima y en la base de las expresiones emocionales, como si marcara lo singular del ser humano.
Aprendimos a interpretar que en la persona predominan emociones negativas, malos deseos, voracidad, impulsos criminales, malas aptitudes. De esta mirada derivan desconfianza hacia el prójimo y hacia uno mismo, auto desprecio, vergüenza, culpa, inmovilidad angustiosa y obnubilación de conciencia. Seríamos únicamente víctimas de deseos y pasiones negativos, profundamente dis-placenteros, si las malas tendencias y las pasiones egoístas fueran lo más distintivo de nuestra condición.
Entonces, qué lugar dan la psicología y los psicólogos a las emociones positivas, cuando se supone que cada uno es víctima del sufrimiento esencial y colectivo, de las malas pasiones, de los instintos criminales y de las emociones negativas.
Me pregunto e intento responder en este libro: ¿Hemos estudiado y jerarquizado las emociones positivas? ¿Pensamos que depende de la mano del hombre y de intervenciones estratégicas provocarlas o producirlas? ¿Qué son? ¿Para qué sirven, en términos de bienestar?
Algunos de los que no aceptan que lo negativo del sufrimiento, la angustia, el dolor, la ruindad y las malas pasiones son lo básico y distintivo del ser humano, se apuran a adoptar versiones fáciles y asequibles de disfrute y goce egoístas, bajo estrictas consignas de “vivir el presente sin preocupación” o bien de consumir hasta el hartazgo y sin medida.
El acento puesto en la negatividad humana (malos deseos, inmoralidad básica, pulsiones destructivas, egoísmo visceral, proliferación de impulsos irrefrenables, agresión, convicción de que lo distintivo es patológico), incide en el tratamiento psicológico y se ve confirmado; ya que la psicoterapia parte del sufrimiento, en general, por la sencilla razón de que los pacientes comienzan a tratarse con profesionales del área psicológica al verse envueltos en problemas y trastornos de la salud mental y en estados de padecimiento subjetivo, en los cuales afloran las emociones negativas como el miedo, la angustia, la ira, la tristeza, la vergüenza, la culpa, la impotencia, la voracidad y el desconcierto, cuando no la desesperación y el pesimismo.
Desde esta mirada, las emociones positivas y el estado de bienestar se alcanzarían al estar totalmente “sanos”, lo que ocurre menos veces en la vida de lo que nos gustaría. Sin embargo, podemos entender las emociones positivas y promocionarlas intencionalmente, considerándolas inestimables fuentes de salud.
Si propiciamos una mirada con este acento (enfocado unilateralmente sobre lo negativo), reducimos la pluralidad y multiplicidad de elementos que hay en la experiencia de vivir. Y nos negamos a hablar y reflexionar, entre otras cosas; sobre las emociones positivas.
La persona es más que patología, disfuncionalidad, emociones negativas, infelicidad. Y sobre esto quiero reflexionar en las próximas páginas.
Para abordar las emociones positivas, primero introduciré la psicología positiva, sustentada principalmente por las investigaciones de Martin Seligman, investigador de conceptos como el optimismo y la indefensión aprendida y creador de la psicología positiva. Luego esbozaré aspectos positivos del ser humano y describiré qué son las emociones en general, de acuerdo con autores seleccionados a tal fin. Enumeraré un grupo de emociones positivas, deteniéndome a explicarlas y hacerlas visibles y dignas de ser exploradas y vivenciadas con plena conciencia.
En el siguiente apartado, realizaré una reflexión sobre la alegría, considerando esta emoción dentro de la experiencia psicológica de las personas, relacionándola con la risa, con el bienestar y con el humor, como una parte fundamental de nuestro interior. La alegría como aquel flujo irradiante, tantas veces opacada por los trastornos de la salud mental y por los malestares psicológicos, tantas veces ignorada o relegada de las reflexiones académicas.
Por qué confundimos la alegría con la sonrisa y con la mímica facial, aun cuando estas expresiones son parte de la alegría. Por qué cada vez más hay que lograr la alegría a partir del “hiperconsumo” de sustancias. Por qué, a falta de placer, alegría y felicidad nos lanzamos vorazmente sobre las sustancias, sobre las drogas, sobre el sexo sin amor, la comida que rellena el vacío de las emociones que no se integran a la vida u objetos que la sociedad ofrece, para que el sistema económico marche hacia la búsqueda objetiva de la felicidad. Por qué confundimos la alegría con la risa o la alegría con la felicidad, o bien, por qué, habiendo tantos libros “serios” que tratan de las emociones negativas o de tantos temas referidos a las emociones, dentro del saber académico hay escaso material que integre “la razón, la salud mental y la alegría”. Tal vez sea una de las emociones que anhelamos vivir más seguido, con más intensidad, mejor integrada a nuestra psicología; mientras que, a tal pretensión y búsqueda, concurre austera y escurridiza nuestra comprensión intelectual.
Por último, me referiré a ciertos aspectos positivos que influyen en la salud mental. Ordenaré en este apartado temas como la resiliencia, la creatividad, la capacidad de proyectarse hacia el destino, la capacidad de superación personal, la inteligencia, la eticidad, el espíritu fraterno y la amistad, la espiritualidad y la religiosidad, el fluir y la capacidad de disfrutar el presente.
Martín Berasain