Argentina: gente enojada
En Argentina, lamentablemente, nuestra raza de estadistas ya se extinguió hace más de un siglo, y eso se ve reflejado en nuestra realidad
Por Cristian Vasylenko, de es.panamapost.com
Magíster en Finanzas Corporativas, investigador y analista político y económico, y asesor de empresas.
«Debieran ser dos políticos discutiendo por el futuro de cuarenta y cinco millones de personas, y no cuarenta y cinco millones de personas discutiendo por el futuro de dos políticos». Jorge Giacobbe, sobre la campaña política para las elecciones presidenciales en Argentina.
Si durante la campaña política para las elecciones presidenciales del 2015 —plagada de promesas y de eslóganes, como toda campaña política— muchos quisimos ver la oportunidad de un quiebre para bien en Argentina, tan rápidamente como los días posteriores al 22 de noviembre de 2015, con los resultados definitivos, las declaraciones del propio candidato electo, curiosamente no dirigidas a sus seguidores, sino a llevar calma a los simpatizantes del frente perdidoso frente a la «campaña del miedo» a la que estaba siendo sometido —«No se preocupen, no vamos a hacer ajustes, solo vamos a hacer unos retoques en lo que anda mal»— mostraron inequívocamente que aquello había sido solo una expresión de deseos —lo que en la práctica se reconfirmó ya sin vueltas tan pronto como en abril de 2016.
Así, no es correcta la lectura de que debido al resultado de las PASO (elecciones primarias del 11 de agosto de este año) hemos ingresado en una violenta caída. La triste realidad es que nunca habíamos salido de tal caída. No obstante ello, el país se dedica ahora a su «deporte» favorito: la búsqueda e identificación de «los culpables» de tal «fatalidad» —la presunta repentina caída—. Es que esos malvados «culpables» hasta nos habrían arrastrado nuevamente a un default.
Bueno, para esos deportistas hay malas noticias. El riesgo de ningún país viene dado por el «índice de riesgo país», ni por el costo de los CDS, ni por la nota asignada por las agencias internacionales de calificación de riesgo. En todo caso, este último es un «índice de riesgo de impago del país».
Dado que en realidad el riesgo país forma parte del emergente sistémico, producto de la compleja interacción entre todos nosotros, es entonces una manifestación de nuestra estructura de valores —y de nuestros disvalores—. Luego, no existe tal cosa como que ese emergente cambie de un día para el otro. Es más, salvo circunstancias extraordinarias, difícilmente cambie. Y si lo hace, se tratará de un largo proceso que operará como una tendencia, la que implicará muchos años, sino décadas.
En abril de 2012 volvía a mi departamento en Belgrano, inusualmente al mediodía. Belgrano es una zona elegante de la ciudad de Buenos Aires, de clase media alta. Mientras aún estaba en la calle, escuché repentinamente una fenomenal algarabía, con furioso griterío de festejo (no exento de subidos improperios) y notorios aplausos, provenientes de todos los edificios y casas de los alrededores. Pensé «que yo sepa, no es época de mundial de fútbol, faltan dos años. ¿Qué partido de fútbol internacional estaré perdiéndome?». Más al ver el noticiero de TV, supe la causa: la oligarquía política de Argentina acababa de anunciar la confiscación de YPF, empresa de petróleo y gas en ese momento en manos de Petersen Energía S.A. (no analizaremos ahora quiénes son sus accionistas ni quiénes estaban detrás).
Para ponerlo más claro: para los ya casi 80 años de depredación continua a los que venimos siendo sometidos por parte de la oligarquía política, el emergente sistémico son nuestros aplausos. Entre otras cosas, ello implica un alto grado de identificación. Pero dado que es sabido que el ojo no puede verse a sí mismo, pidamos referencias a quienes nos conocen muy bien, a nuestros queridos hermanos uruguayos, quienes darán fe de aquello que motiva nuestro aplauso: «Los argentinos son una manga de ladrones, del primero hasta el último» (Jorge Luis Batlle Ibáñez, en ese momento presidente de Uruguay en ejercicio, además de abogado y periodista).
Al respecto, es inevitable la recurrencia al Dr. Carlos Santiago Nino, brillante filósofo, jurista y académico argentino, quien claramente interpretó que el emergente de nuestra anomia es esta «Argentina, un país al margen de la ley», la que hemos sabido construirnos y que crónicamente padecemos. Por lo tanto, y volviendo a nuestro «deporte» favorito, no nos esforcemos más, puesto que aquí nuevamente cabe aquel mensaje de Oliver Hazard Perry: «Hemos hallado al enemigo: somos nosotros».
La soberbia de la oligarquía política la lleva a creer que es imprescindible para el país y para el mundo todo. Cuando es el sector privado productivo el que resulta imprescindible para la oligarquía política, pues de la depredación parasitaria del mismo es que existe. Por lo tanto, ignora completamente que por fuera de su coalición política existe un amplio grupo que no comparte sus disvalores y que no los quiere. En esta campaña para los próximos comicios presidenciales, nadie está dirigiendo su mensaje a ese grupo, y la miopía de los «opinólogos» solo les permite suponer que se trata de «gente enojada». Más allá de que pudiera haber enojados por diversos motivos, ese grupo no desperdicia sus energías en estar enojado. Eso es una niñería. Los políticos no son ni remotamente el sentido de la vida de este grupo. Sí son una de las peores calamidades que han azotado y azotan a la humanidad. Sencillamente, ese grupo conoce bien a la oligarquía política, y nunca creyó ni cree en los políticos. Por tanto, dado que no cifra expectativas respecto de ninguno de ellos (todos nos roban de variadas formas —para eso les sobra ingenio— y nos mienten, de eso viven), entonces este grupo no se ve decepcionado por los integrantes de tal oligarquía.
Lo que sí caracteriza a ese grupo es que encauza sus energías en continuar trabajando esforzadamente. En la medida que la oligarquía política se lo permita, en la medida que la oligarquía política le deje algo del producto de su propio trabajo para cubrir las necesidades básicas de su familia, y a pesar de la exacción coactiva por la violencia que padece a manos de la casta política, ese grupo continúa trabajando esforzadamente porque, a la inversa de lo disfrutado por nuestros abuelos —quienes gozaron de la bendita oportunidad de inmigrar en este país en busca de libertad, y de la posibilidad de desarrollarse mediante su esfuerzo y su trabajo personal—, en Argentina se está convirtiendo cada vez más en el principal objetivo de los padres el esforzarse para enviar a sus hijos al exterior, a países donde hallen lo que hace más de cien años encontraron aquí sus bisabuelos, aquello de lo que ya «supimos» deshacernos.
Porque lamentablemente, nuestra raza de estadistas ya se extinguió hace más de un siglo. Y por todo eso es que este grupo no quiere a los políticos: porque los conoce bien.
Finalmente, en ausencia de estadistas, ese grupo trabajador silencioso —que siempre participa en los actos eleccionarios— vota al coyunturalmente menos peor. Empero, debido a esa soberbia de la oligarquía política y de quienes la admiran con una especie de espíritu aspiracional, la generalidad de los análisis omite la existencia y la conducta de ese grupo (hoy se diría que «lo ningunean»). Total que ese grupo no molesta, «solo» trabaja —lo que constituye un abismo de diferencia, se diría en las antípodas respecto de lo que puede decirse de la casta política y de su cohorte de modernos cortesanos prebendarios y lobbistas—. Y esa curiosa omisión por parte de analistas y medios funcionales a aquella oligarquía, y no otra cosa, es la causa de los desvíos y del fracaso en las proyecciones en casi todas las encuestas de campaña y en sus análisis —y de las campañas políticas, en las que brilla la ausencia de plataformas políticas y de planes estratégicos para el país—. Porque carecemos de estadistas.