En su reciente gira por Paraguay, el Papa Francisco visitó la Fundación San Rafael, donde fue recibido por su director, el sacerdote Aldo Trento, quien no aguantó la emoción y se quebró en llanto.
“Muy feliz hoy, por mis hijos enfermos de sida, de cáncer”, comenzó el italiano radicado en Paraguay, al narrar su experiencia en esta histórica visita.
“Son todos mis hijos, a veces tienen sida, tienen cáncer, unos están moribundos, cada semana mueren dos o tres personas, hace 10 años que pasa esto, por eso para mí la visita del papa ha sido como una confirmación”, expresó con la voz quebrada el padrd Trento a la prensa.
“Esto es de Dios, no es del padre Aldo, yo soy un pobre hombre, es Dios quien hizo todo, y que sigue haciendo todo, por eso después de tanto dolor, veo finalmente que la gracia del papa viene a visitar, a dar la bendición, inaugura la clínica nueva con su bendición”, comentó el padre Aldo.
“El papa me dijo ‘gracias padre, seguí adelante, no puedo quedarme más pero vine por responder a tu pedido de bendecir la clínica”, contó Trento, quien agregó que el papa bendijo la clínica “dos veces delante del santísimo y después con todos los enfermos, él quería abrazar a cada uno, pero el tiempo que tenía era corto, no estaba prevista la visita en la agenda”, manifestó.
“El nuncio apostólico ante todo fue quien hizo un milagro para lograr esto, el santo padre llegó hasta la puerta y ahí se paró porque si entraba no salía más y por ende la guardia me decía ‘padre Aldo, por favor’”, relató.
El emotivo beso a un enfermo
Lo más fuerte que mencionó Aldo Trento de la visita del papa a la Fundación San Rafael fue que un enfermo en cama, con una pierna casi podrida, según el relato de Trento, fue saludado por el sumo pontífice, quien hasta lo besó, “como lo hizo Jesús”.
“Para mí es una cosa realmente grande, un gesto de amor, un beso de gratitud al señor”, señaló Trento.
Finalmente, el director de la fundación de enfermos de sida y cáncer dijo que ya han “acompañado a morir a 1600 personas”, en el tiempo de existencia de la clínica. Destacó además que esta visita le da más fortaleza para seguir.
Fundación San Rafael
Sobre el padre Aldo Trento
Es párroco de San Rafael, en Asunción la capital de Paraguay y responsable de la ingente obra solidaria de la Fundación San Rafael. Ha escrito dos libros sobre las reducciones, las misiones de los jesuitas con los indios guaraníes del siglo XVII y XVIII y es responsable de una exposición sobre este tema que han visto miles de personas durante el Meeting de Rímini. Pertenece a la fraternidad San Carlos Borromeo, la orden de sacerdotes misioneros del movimiento Comunión y Liberación.
Su testimonio en primera persona
El 28 de julio de 1958 dejé a mis padres para ir al seminario de la congregación religiosa de los padres Canosianos. Tenía 11 años. Ya a los 7, después de ver el film Molokai sobre la vida del padre Damián, hoy santo, sentí en mi corazón un gran deseo de entregarme completamente a Jesús. Imitando al apóstol de los leprosos, quería entrar en el seminario, pero no me aceptaron por mi edad.
Durante los 4 años siguientes olvidé este poderoso deseo que el Señor había encendido en mi corazón. Pero Dios es fiel y cuando elige a una persona, aun la más pequeña, la elige para siempre.
Mi madre se sorprendía cada día viendo con cuánta pasión vivía la realidad. Me preguntaba por qué este cambio después de 4 años de silencio. Un día le respondí: “Mamá, en la vigilia de san José fui a confesarme y el sacerdote me preguntó si quería ser un sacerdote misionero. Le dije que sí”. Salí de aquella confesión con un enorme deseo de que se realizara lo que había pedido a los 7 años.
Mi madre estaba muy asombrada pero en silencio aceptó mi respuesta. Mi padre trabajaba en Suiza y, para compartir con él lo que me estaba pasando, le escribí una carta.
Su respuesta fue para mí una grandísima sorpresa: “Hijo mío, me habría gustado que fueras un poco más mayor, también porque tu madre tiene tres niños muy pequeños y te necesitan. Pero si has decidido, haz lo que tu corazón desea”.
En seguida lo dije a mi madre: “Me voy”. Tomé una mochila con lo estrictamente necesario, bajé por la calle y cuando pasó un tractor le pedí que parara y que me llevara a la montaña donde estaban de vacaciones los seminaristas de los padres Canosianos.
Miré a mi madre que me observaba desde la ventana de la cocina llorando y le pregunté: “Mamá, ¿vendrás a verme?”. Y desde esa tarde del 28 de julio de 1958, no volví más a casa, salvo una vez al año, por un breve descanso de verano.
Una obra grande y bella
Ciertamente en ese momento no podía imaginar el bien y el mal que habría vivido en los muchos años que siguieron. Eran los Setenta y la borrachera de ideología había arruinado muchos cerebros, incluyendo el mío. Hasta que encontré a dos Giussani.
Lo que me asombra pensando en esos años es la manera en que Dios, tomando mi mano, me mostró su preferencia. Muchas veces se me reveló esta preferencia inexorable, también cuando, como cualquier hombre, pecaba. Cada vez que intentaba huir de Su presencia me volvía a chocar contra Él.
Fuera donde fuera, el misterio se manifestaba, también a través del sufrimiento físico, mental y moral. Nunca me detuve en este camino, incluso cuando la rebelión era fuerte y no soportaba hacer sido elegido por Él. Después de muchos años me rendí, reconociendo plenamente su infinita misericordia.
Una figura bíblica que aprendí que aprendí a amar en esos años es la de Job. Mi vida se parece a la suya. Es verdad que, cuando Dios elige, tu libertad la educa de mil maneras. Hoy está claro que la preferencia que Dios tenía por mí era una gran tarea: ser signo concreto en el mundo de su misericordia.
Viendo las obras buenas que Jesús, a través del abrazo de don Giussani, ha hecho en este lugar del fin del mundo, no puedo no conmoverme. Dios elige de verdad a los más ignorantes para realizar sus proyectos.
Si esto no fuera verdad, ¿cómo sería posible que un pobrecillo pudiera hacer una obra tan grande y bella? Todos los días al visitarla percibo mi pequeñez y la grandeza de la misericordia divina, y estoy convencido de que sin todo lo que he sufrido, estas obras podrían no existir.
He querido retomar este dialogo con vosotros sobre todo para dar a los deprimidos y a los que sufren como Jesús en la cruz una ayuda para mirar continuamente su rostro tierno y sufriente.
Ayudémonos a no olvidar nunca que Dios nos ha elegido para la eternidad. Sin esta postura todo es un infierno y la vida es desesperación. Qué bonito recordar cada día lo que dice la Escritura: “Todo lo puedo en aquel que me da fuerzas” y que me ha elegido para la eternidad.
Algunas de sus definiciones
“En nuestra casa de enfermos de San Ricardo Pampuri tengo un niño sin cerebro, pero vive y veo en él el rostro del Misterio. Si no hay Dios, lo único razonable es la anarquía, el poder del fuerte. Pero si hay un Dios Padre, cada uno de sus hijos es divino, porque Él los ama”.
“Si leemos el testamento de Isabel la Católica y otros documentos, se ve con claridad que la empresa de España en América pretendía sobre todo evangelizar. Carlos V, después de convocar el debate de Sepúlveda y Las Casas en Valladolid, declaró que no le importaba la quiebra económica «por no perder una sola alma para Cristo». En la presencia española en América, como en todo lo humano, la cruz y la espada, la gracia y el pecado iban de la mano. Lo que yo digo es que los jesuitas eran unos enamorados de Cristo, del hombre y de los guaraníes”.
“Es que los jesuitas, durante los dos primeros años con cada grupo de indios, les predicaban sólo la belleza de Cristo y de la salvación. Solo después les educaban en el matrimonio monógamo y la moral cristiana. Recordemos que sólo había dos o tres sacerdotes -y algún hermano lego- en comunidades de 2.000 o 3.000 indios. Esto no se sostenía por la fuerza de ninguna manera, era una experiencia de libertad. La belleza, no la fuerza, conquistó a los guaraníes. Cuando Carlos III ordena la expulsión de los jesuitas, los indios le escriben: «Majestad, pagaremos más impuestos a cambio de que no nos quiten a los padres, que nos sacaron de la selva».
“Durante décadas, los esclavistas portugueses, llamados «paulistas» o «mamelucos», atacaron las misiones. El padre Montoya organizó un éxodo de 12.000 indios hasta la zona que hoy es Argentina huyendo de los esclavistas. Pero no bastó. Como los ataques seguían, pidieron permiso al rey para armar a los guaraníes. También acudieron a Roma y el Papa emitió una bula condenando los ataques a las misiones. La milicia guaraní entrenada por jesuitas, ex-militares españoles, venció a un ejército de más de 3.000 esclavistas en la batalla de Mbororé en 1641 y las misiones florecieron un siglo más. Es quizá el hecho militar más importante de la América hispana, pero en Sudamérica apenas se enseña en los colegios ni libros de texto porque a los masones no les interesa”.
“Mientras que Isabel la Católica pidió que el evangelio llegase a todos los hombres, hoy algunos proponen una especie de cristianismo indigenista, donde parece que Jesús sólo se interesa por los indios y no por los otros hombres. Esto es un error. Los jesuitas supieron ver los bueno de los guaraníes y combatir lo malo: el canibalismo, la poligamia, la brujería… Esto es lo que hay que hacer. Anunciar a Cristo es promover lo humano. Mediante la belleza, los jesuitas conquistaron el corazón de los guaraníes. Los españoles deberían estar orgullosos de esta etapa de la historia y estos hombres al servicio de Dios y del rey”.