Con una estupenda puesta en escena, muy buenas actuaciones y musicalización, La Comedia Municipal de Bahía Blanca está presentando, en distintos auditorios e instituciones, “La Aventura del Beagle”, una obra extraordinaria que desarrolla el entramado humano y social entorno al viaje que posibilitó los grandes descubrimientos del naturalista Charles Darwin, hito fundamental para la elaboración de su Teoría de la Evolución.
La aventura y el escándalo de los descubrimientos
No fue sencillo para Darwin exponer sus descubrimientos y la teoría que de ellos iba elaborando. La concepción religiosa de la época, fruto de una interpretación literal y descontextualizada de las Sagradas Escrituras, rechazaba la posibilidad de un proceso evolutivo en la creación de las cosas y de los seres. El fijismo se contraponía a la posibilidad del evolucionismo como explicación del misterio de la creación. Y curiosamente, todavía en la actualidad quedan sin resolver algunas cuestiones al respecto.
Sin embargo, como genialmente se destaca en la obra de Leandro Panetta, dirigida por Marcos Gómez, la intención de Darwin no era contraponer la idea de la Creación, ni negar la posibilidad de hallar un punto necesariamente fijo en el preoceso de la aparición de las cosas, sino aportar el dato experimental de la observación, condición imprescindible para llegar al conocimiento de la verdad.
Maravillosamente y con toda la gracia de la actuación sumada al canto, en la obra aparecen Darwin y el Comandante Fitz Roy (a cargo de la embarcación) aventurados en hallar el misterio que explique el Génesis, símbolo de la razón humana que –iluminada por la fe- alcanza a esbozar genialmente la intuición más lúcida a la que el ser humano pueda llegar: que las cosas surgen de un acto creador y del cual sigue un dinamismo que evoluciona.
¿Contradicción entre fe y ciencia?
Ciertamente no. Aunque, como se ve en esta preciosa obra, la tensión que provoca el descubrimiento de las cosas y la energía cognitiva que presiente una solución, por momentos creen deshacerse de toda necesidad de más allá. Hasta que el científico retoma el camino del realismo y comprueba sabiamente que el misterio sigue existiendo. Y lo seguirá por siempre.
Como un canto, al final, el investigador espera un abrazo cósmico que le devuelva la paz y la curiosidad que tuvo en un principio; ese abrazo que solo puede llegar de una comunión universal con personas y cosas.
Ciertamente, la genialidad de Darwin, como esta hermosa obra, contribuyen al camino del encuentro entre las capacidades humanas del saber y del creer, las dos alas que van íntimamente unidas en el vuelo apasionante del conocimiento.