Por Marcelo Duclos, de es.panamapost.com
El Gobierno de Alberto Fernández y las autoridades argentinas parecen tener dos ámbitos de acción ante la pandemia del coronavirus (Covid-19). Por un lado, la reacción en cuanto a los cuidados y precauciones parece ser aceptable. Más allá de la demora y subestimación de los primeros días ante la explosión europea por parte del ministro de Salud, Ginés González García, parece que rápidamente se tomó nota de la gravedad de la situación. Por estas horas, y ojalá que a tiempo de evitar una catástrofe de índole italiana, todo parece indicar que hay actitud de querer tomar cartas en el asunto.
Cabe aclarar que la crisis, los muertos y el incremento considerable de infectados será inevitable. Hablamos, nada más y nada menos, de evitar el infierno total que se vio en otros países, que demoraron un plan agresivo de contención urgente.
Alberto Fernández asumió el 10 de diciembre y pensaba que su desafío más grande era la deuda. El mundo cambió para mal y las nuevas autoridades argentinas lidian con el problema menos pensado.
Esta actitud, que parece la más lógica, no es compartida por todos los gobiernos de la región. Un caso preocupante es el de Jair Bolsonaro en Brasil, que hasta el momento parece no querer reconocer del todo la dramática situación y el posible colapso en el corto plazo.
Mientras se toman en cuenta las recomendaciones de los especialistas y varias provincias se aíslan para contener la circulación y el contagio del virus (Chaco, Jujuy, Salta, Misiones, Mendoza y Tierra del Fuego ya lo hicieron), las decisiones económicas que acompañan la batería de medidas son malas.
Mientras que el Banco Central vende dólares y pisa el tipo de cambio oficial (el blue ya se empezó a despegar), la idea de atrasar el tipo de cambio no parece ser la más inteligente. El sector productivo exportador debe cuidarse como la gallina de los huevos de oro. Las torpes iniciativas oficiales amenazan a un sector (o «al» sector fundamental) y continúan ignorando el riesgo de incrementar el gasto público y la emisión monetaria.
Especialistas aseguran que la venta de divisas por parte del monopolio monetario desde el último viernes se trata lisa y llanamente de «una burrada». Lo que no puede caer ni colapsar bajo ningún punto de vista es el sector privado.
En lugar de bajar dramáticamente los impuestos para mantener al motor de la economía funcionando, los anuncios se limitan al incremento de planes sociales, subsidios y gasto público. Los recursos disponibles son nulos y ya no hay espacio para ningún tipo de política estatista en estas circunstancias. El parate total y absoluto del sector privado puede ser como mínimo de dos o tres meses y cabe destacar que, antes de la pandemia, ya la presión impositiva y la carga del Estado era una cruz imposible de tolerar para la economía real.
Anunciar que se exime de cargas patronales a ciertos sectores comprometidos por la pandemia es, como mínimo, insuficiente. El sector privado necesita oxígeno de forma urgente y el Estado argentino se niega a otorgarlo y se dedica a otorgar recursos económicos a los diputados para que brinden los subsidios de emergencia que consideren necesarios. Si estas cuestiones eran un delirio hasta hace unos meses, ahora pasan a ser criminales.
No menos criminal es el control de precios de emergencia anunciado para los próximos 30 días. Si hay algo no necesita el proceso de desabastecimiento que está generando el pánico de una población que desea conseguir a cualquier precio alimentos, productos de limpieza y salud es el desincentivo a la producción y a la venta. En este sentido, lo único que podemos esperar es que se trate de una medida retórica. Como se dice, «para la tribuna».
Curiosamente, esta crisis sin precedentes en las últimas décadas, podría darle al país una oportunidad. Sin embargo, todo parece indicar que Argentina no la va a aprovechar. Hoy el Riesgo País superó los 4 000 puntos básicos y el diagnóstico es claro: nos dan por muertos. Sin embargo, la crisis del coronavirus y la actitud de los bancos centrales del mundo dan una pista de lo que se podría hacer. La Reserva Federal, el Banco Central europeo y todas las autoridades monetarias del planeta se encuentran inyectando liquidez indiscriminada. La necesidad de mantener la máquina económica en funcionamiento puede funcionar, pero la cuenta será una inflación sostenida, posiblemente por un par de años.
Un fenómeno similar ocurrió luego de la Segunda Guerra Mundial, donde se empapeló la economía para la contienda bélica y los resultados en materia inflacionaria duraron décadas. La comparación no es delirante. Hoy, Angela Merkel reconoció que esta pandemia es el mayor desafío para los alemanes desde la tragedia del nacional socialismo. Pero para aprovechar las tazas y que la inflación en el mundo «pague» parte del pasivo hay que arreglar con los acreedores, hacer una oferta concreta y, sobre todas las cosas, tener un plan económico serio. Argentina no lo tenía en situaciones medianamente normales hace unos meses, por lo que nada hace pensar que podría desarrollarlo en esta circunstancia.
La verdad que análisis «suave» que realiza Marcelo Duclos. Vaya a saber desde qué comodidad lo hace. Insiste en la baja de impuestos, a favor de reducir a la nada misma la ayuda a los que menos tienen. No dejo de asombrarme como estos personajes nefastos, de análisis ligeros, hacen tanto daño. Seguramente este buen hombre no haya leído nunca en su vida a John Kenneth Galbraith, en «La cultura de la satisfacción». Y precisamente este economista americano destaca el papel que desempeña la «clase opulenta». Y que a costa de no dar nada de ellos pueden poner en riego a … ellos mismos. Vaya paradoja. El autor recoge una serie de ejemplos de la vida del Mundo, y se sitúa principalmente en el papel de los políticos americanos en la depresión del 29, y las siguientes. Y precisamente se sale de este tipo de crisis a partir de la solidaridad, de la aplicación de políticas públicas que contengan a los que menos tienen, o tal vez NADA.
En fin, es fácil hablar desde la comodidad, cuando sabemos bien que el último «gobierno» que se fue, dejó endeudada al país a muy corto plazo, y ese no es un detalle. Habrpía tanto para hablar. Pero no quiero dejar de mencionar finalmente al Papa Francisco, alguien diferente en el medio de este caos. Y sin dudas que acierta en todo, ya que apela al concepto central que representa la solidaridad, por un lado; y por el otro la figura de la teoría del descarte.
Desde la comodidad se piensa y se habla cómodamente….