El proyecto de la bodega Borderío en Victoria está en pleno desarrollo, y brindará una propuesta integral de experiencia en vinos a pocos kilómetros de Rosario.
Cruzando el puente Rosario – Victoria todo un nuevo paisaje se abre a nuestros ojos. La calma de la siesta, interrumpida solamente por el canto de los pájaros, acuna un nuevo proyecto de vitivinicultura: la bodega Borderío.
Con viñedos ya implantados y en pleno crecimiento, el proyecto incluye la edificación de una bodega con tecnología de primera, con cubas ovoides (los famosos tanques con forma de huevo), la planificación e intervención en los viñedos del ingeniero agrónomo Marcelo Casazza y la creación de áreas de turismo y experiencia sensorial integradas entre sí y con el bello entorno del paisaje de Victoria.
Una laguna con isla para eventos, un acceso fácil y la certeza de poder gozar de un entorno natural con las mejores comodidades hacen del proyecto de bodega Borderío una propuesta única que sumará un importante aporte a la cuenca vitivinícola de Entre Ríos.
La Historia
Había una vez, en un sitio no tan lejano, tierras rodeadas de ríos y llenas de fertilidad.
Allí, inmigrantes provenientes de distintas regiones de Europa dieron vida a más de cinco mil hectáreas de viñedos, los cuales trabajaban y cultivaban con sus propias manos. De ellos extraían el vino que degustaban con placer los paladares de casi todo un país y de varias partes del mundo.
Los años fueron pasando, las vides madurando y esta región iba encontrando en ellas un camino hacia el progreso.
Sin embargo, llegó la infame década del 30 y con ella, la crisis mundial que afectó a varios negocios locales. En este contexto, la prosperidad entrerriana se convirtió, lamentablemente, en una amenaza para el resto de las tierras dedicadas a esta floreciente industria.
Por este motivo, llegado el año 1934, un presidente llamado Agustín Pedro Justo, paradójicamente entrerriano, no hizo honor a su apellido ni a su procedencia, y dictó la «Ley Nacional de Vinos» (Ley Nacional Nº 12.137). En ella se enunciaba la prohibición de la actividad vitivinícola en todo el país a excepción de la Región de Cuyo, favoreciéndola como la única productora oficial de vino.
Fue en ese entonces cuando comenzó una feroz cacería contra todas las bodegas de la provincia. Los inspectores llegaban en compañía de las fuerzas armadas y, sin mediar palabra, arrancaban las vides de raíz, incendiaban plantaciones enteras y perforaban los toneles, derramando de esta forma, la producción y los sueños de cientos de entrerrianos.
Acabaron con todo, menos con la esperanza de que algún día la pequeña “Burdeos” argentina, vuelva a ser perfumada por los viñedos en flor.
Y ese día se hizo esperar, pero al fin llegó. En el año 1993, otro político entrerriano, el senador Augusto Alasino pone fin a esa injusta ley de Justo, y la convierte en tan solo un mal recuerdo. Esto significó el final de las prohibiciones y el comienzo de nuevos sueños y de nuevas ilusiones.
Ilusiones como las de Verónica y Guillermo que, a través de BordeRío, toman el inmenso y noble desafío de producir vino entrerriano de la más alta calidad para llenar las copas de Argentina y el mundo con el fruto de esta tierra, reivindicando a nuestra provincia como un terroir de pura cepa.