Del 21 de Noviembre al 20 de Diciembre de 2013 – Inaugura: 19hs – Entrada: libre y gratuita
Zamora Arte
Guido 1831 – Tel. 4803-1107
Lunes a Viernes de 10 a 13 y de 15 a 19 horas
Artistas participantes: Carlos Gigena Seeber, Bea Ferretti, Hilda Marinsalta, Isabel Pungitore
Curador Miguel Angel Giovanetti.
Cuatro Visiones
Atravesados por la multifacética contemporaneidad, alejados de aquel tiempo en que la vida y su entorno se iban transformando con otro ritmo dándole a la existencia un sentido de unidad, los artistas que hoy presentamos son un claro exponente de la heterogeneidad conviviendo en un mismo espacio.
Asistimos a cuatro poéticas individuales, y aunque ninguna se contrapone con la otra, cada una se yergue desde distintos fundamentos materiales y conceptuales para evocar el mundo y lo humano, esa experiencia que, hoy por hoy, constituye un perpetuo tránsito, puesto que la actualidad se hace y se deshace vertiginosamente. Una primera aproximación a las obras de estos integrantes del taller de Miguel Angel Giovanetti, permite apreciar que la transmisión artística del maestro, más que imponerles esquemas e ideas, se basó en orientarlos cuidadosamente en la emergencia de sus propias visiones, incluso alentando la utilización de procedimientos extra pictóricos.
Tiene razón Rosa Faccaro en un texto escrito sobre la obra de Gigena Seeber, cuando afirma que para abordar su obra hay que tener en cuenta que el artista ha desarrollado ¨una doble¨ mirada la del pintor y la del fotógrafo. Esta afirmación (que también vale para otros dos integrantes del grupo) nos lleva a definir una y otra mirada: no hay fotografía sin referente, mientras que en la pintura el referente puede no existir, es decir, el fotógrafo selecciona un fragmento de mundo para que hable por él, mientras que si el pintor tiene referente, este se hace visible con equivalencias visuales que ya son otro mundo.
En las imbricadas obras de Gigena Seeber los objetos fotográficos –sin perder la precisión que otorga la cámara- son como huellas que se funden o emergen en sus barrocas composiciones haciendo del espacio un discontinuo simbólico donde resuenan datos de la memoria, que mantienen un intenso y hermético diálogo entre la objetividad del fotógrafo y la subjetividad del pintor. Aunque de otra manera y con otro sentimiento del mundo, también en el proceso creativo de la obra de Isabel Pungitore las fotos digitales previamente quemadas, serán el punto de partida de sus pinturas acrílicas. Sean vegetales, paisajes o figuras, su imaginario debe inscribirse en el ¨realismo¨, si aceptamos que la denominación es muy vasta, ya que hay tantos realismos como cultores del género.
En el caso de Isabel la fotografía es uno de los momentos de sus indagaciones, pues la llamada realidad es una fuente incesante de infinitos matices y detalles y de visibles e invisibles articulaciones entre las apariencias y las estructuras que las sostienen.
En este sentido el resultado de sus figuraciones en los paisajes nos involucra en un extraño sentimiento donde lo cercano se vuelve una lejanía y en el caso de sus recurrentes figuras, estas aparecen como la petrificación de un sueño.
La adecuación de visión y procedimiento alcanza en las obras de Hilda Marinsalta un punto de excelencia: solo la fotografía como paso previo puede capturar la fugacidad del agua; partiendo de ahí las incandescentes pinturas de la artista son una secuencia ininterrumpida de metáforas que desafían la percepción. El hechizo por los reflejos del agua se produjo durante un viaje de Hilda por la imponderable ciudad de Venecia, ciudad que constantemente se desdobla en el agua en infinitas modulaciones y movimientos que nunca terminan de decir la misma cosa siempre cambiante. La artista tuvo aquí la experiencia de aquello que Jacques Lacan llamó ¨extimidad¨, palabra inventada por él para designar una exterioridad íntima que aboliera la idea de un exterior y un interior con un solo vocablo. A partir de este nuevo sentimiento fueron creciendo estos fantásticos sistemas de signos que podrían ser pinturas abstractas pero son fantasmáticas imágenes de aquella ciudad.
Las pinturas de Bea Ferretti –a diferencia de las de los demás integrantes del grupo- parten de una frenética materia directa para establecer visiones en las que gravita fuertemente lo expresivo, pero también se insinúa lo constructivo por las reiteradas formas ortogonales que funcionan como módulos o unidades ópticas que reciben y contienen los impulsos gestuales de la artista. Sus obras no son un plano al que se trasladan bocetos previos o ideas, son verdaderos receptáculos en los que la materia directa trama de manera repentina y cambiante signos, trazas y huellas siempre a punto de transformarse en otra cosa. Por momentos estas obras semejan ciudades populosas donde la vida hierve. Pero también son como palimpsestos donde se ha ido borrando planos anteriores que ahora desde adentro parecen iluminar los últimos sucesos. Pintura rica en sugerencias que con sensibles apariencias sabe abrir nuevas puertas de lo real.
Raúl Santana